lunes, 10 de septiembre de 2012

Lemniscata

Es como cuando un gato se atreve a lamerte la mano por primera vez y tú, por alguna extraña razón, piensas que su lengua va a ser tan suave como todo él, pero sin embargo es totalmente diferente, áspera, y tú sorprendido retiras los dedos rápido, aunque quieres volver a sentir ese tacto, pero ya es tarde y yo, gato, ya me he ido asustado. O como cuando mamá hace mermelada de tomate y metes el dedo pequeño en el bote aún humeante y lo sacas al aire y sientes cristalizar el azúcar en tu dedo y lo lames y disfrutas del sabor dulce y amargo de la existencia quebrada, palpitante. Y también como cuando te quedas en la escalera, la misma de siempre, y subes peldaño a peldaño, paso a paso, y cuando pareces estar ya al lado de una de tus lunas vuelves, una vez más, a la misma conclusión sin poder evitar pensar que tendremos que esperar y volver a empezar siendo gatos.





Ahora que todos los perros duermen, es cuando los gatos podremos despertarnos.




Flotar y brillar, irradiar, alumbrar oscuridad.


Huele a nuevo, como los libros del colegio cuando empieza, a casa como al volver de vacaciones en septiembre, como si fueras tú el que ha sido siempre.

Y vas a oscuras, buscando a tientas el olor a mandarinas y respiras y nos gusta, aunque no me lo digas, que luego hacerlo no nos cuesta nada; retrasar el momento de irnos, prolongar el encanto de vernos.

Como cuando miras como si no lo hubiéses hecho nunca.

No quiero un final feliz, solo quiero serlo.


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