domingo, 19 de febrero de 2012

A tientas podemos respirar sin siquiera intentarlo.


Me duele respirar, supongo que es porque tú, mi oxígeno, no estás. 

No te puedes imaginar lo jodidamente extraño que es volver a este lugar, a este conocido estado mental, a soñar la realidad. Aunque esta vez no quiero soñar con despertar. Así que, no supondré más y seguiré con mi necesidad de justificar, de interpretar cada respiración, porque cada segundo vivido cuenta, porque cada segundo nos ata a la tierra y, si es aquí donde viven mis pies, he de saber por donde piso, aunque en realidad tenga la cabeza muy lejos del suelo, porque los pensamientos vuelan, de aquí para allá, y al parecer mi cabeza ya no está. 
Es por esto mismo que nada puede quedar sin analizar, sin ser observado a 360º, desde sus perspectivas más ínfimas hasta sus consecuencias más globales. 

Buscar un porqué a todo lo que nos rodea, justificar cada milímetro, cada haz de luz, sin dar pie a nada, y mucho menos aceptar que hay cosas que ocurren, así, sin más.
Pero desde aquí no consigo nada, de nadie, porque nunca nada es suficiente, porque nada es nada y todo lo contrario a lo que necesito. 



Así que volveré a suponer lo relativo, y así es como sé que todo es por nada, aunque nada es todo lo que tengo y no lo quiero.


No sé seguir ni qué camino elegir, pero no voy a perder mi tren por ser como soy y ver el mundo del revés. Tampoco sé volver, no sé hacia a donde ni con quién, y no quiero saberlo. “Que pase lo que tenga que pasar” decía Amaral en su Montaña Rusa. Y perdido, como un perro, aprendí a mirar con la duda entre los dedos y a tientas siempre descubría que las palabras que no existen nos pueden salvar. 


Aunque en realidad yo solo quiero ir mas allá, ser el humo que escapó de lo que existe por ver qué hay detrás y para eso necesito que me digas cómo puedo arder, hacerme explotar en en ausencia total de oxígeno, porque tú no estás.